El oro de Moscú circula a 300 km por hora
Vista de un Porsche de oro aparcado en una calle de Moscú. (Foto: 'Komsomolskaya Pravda').
31 de julio de 2008.- Es dorado por fuera, lleva un porrón de tuercas por dentro y no estamos hablando de C3-PO.
El Rey Midas vive en Moscú, y el otro día debió apoyarse sin querer en la carrocería de este Porsche 911. Los efectos saltan a la vista en la foto que publica el diario 'Komsomolskaya Pravda'.
El vehículo refulge como una carroza de cenicienta en medio de los coches terrenales de Moscú (algunos de ellos Ladas antediluvianos). Los veinte kilos de oro puro que recubren el coche (cuyo propietario se mantiene momento en un prudente anónimato) compiten en esplendor con la cúpula dorada de la catedral de Cristo Salvador y adquieren calidad de símbolo en una ciudad donde el derroche y el alarde son dos caras de una misma moneda.
En la carrera por la ostentación, los ricos rusos se llevan todas las medallas de oro. En la 'feria de los millonarios' que cada otoño se deja caer por Moscú, he visto con mis propios ojos parqué de oro puro, móviles con teclas de varios kilates e incluso azafatas de piel aurífica. Pese este coche se lleva la palma (de oro) porque representa ese 'motor' que mueve las almas de los nuevos ricos (unos cien mil en toda Rusia): la importancia el exterior, de la carrocería... Como por arte de alquimia, como si fuera transformer atípico, al becerro de oro le han salido ruedas en el Moscú poscomunista del siglo XXI. A la petuLancia habrá que llamarla petuPorsche a partir de ahora.
Detalles de un vehículo recubierto de kilates de oro. (Foto: 'Komsomolskaya Pravda').
¿Es realmente necesario cubrir de oro el Porsche más caro del mercado? ¿No es algo así como esparcer caviar de Beluga sobre una loncha del mejor pata negra? Imposible no pensar en los millones de rusos que permanecen en la cuneta desde que quebró la URSS, hace diecisiete años. Este Porsche chapado en oro es un atropello para el alma de quienes sobreviven con lo puesto, de las abuelas que venden sus hortalizas a la salida del metro o de quienes se quedaron fuera de esa ruleta de la fortuna que fueron las privatizaciones de los años 90...
Si por algún casual usted (presa de un ataque de envidia) raya la carrocería del lustroso ejemplar, no olvide recoger las virutas del suelo. Valen su peso en oro.
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